lunes, 13 de diciembre de 2010

EL RETO DE LOS JOVENES

Concluir sus estudios y conseguir un empleo son dos de los objetivos más comunes, para obtener su propio sustento y así satisfacer sus necesidades. Pero ello no implica dejar el hogar, pues códigos culturales aún se lo impiden.

Lo dicen con seguridad y sin dubitaciones. Los jóvenes de hoy buscan independencia económica, aunque esto no implica dejar sus hogares, pues los códigos culturales aún los atan a vivir bajo el mismo techo que su familia.

A esa constatación llegó este medio que habló con siete jóvenes, entre 19 y 25 años, sobre cuál es su principal interés al momento. Cinco respondieron que el deseo de obtener su propio sustento radica en la necesidad que tienen de satisfacer necesidades y anhelos personales.

Martha Rivera (19), estudiante de Arquitectura de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), mencionó que su mayor deseo es el de “poder viajar o visitar varios lugares y comprar muchos recuerdos. Aunque sé que para eso necesito el dinero”.

Andrea Canedo (23), estudiante de Ingeniería Ambiental de la Universidad Nuestra Señora de La Paz, mencionó que su objetivo “por el momento, es lograr concluir mis estudios, como realización personal, para que pueda tener mi independencia”.

A su vez, Pablo Martínez (22), estudiante de Turismo en la UMSA, sostuvo que su “meta es salir profesional, casarme y lograr una familia estable, pero por el momento me gustaría conseguir un trabajo para pagar mis gastos. Todavía dependo de mis padres”.

Mauricio Cuba (25), cursa la carrera de Sicología de la UMSA, y planteó que su meta “es terminar mi tesis y empezar a trabajar más seriamente (lo hace a medio tiempo) y poder asumir mis gastos y también contribuir con algo más en mi casa”.

Entre otras respuestas recogidas, Fernando Quispe aspira a “ayudar a que hayan mejores relaciones humanas”, en tanto que hubo quien reveló su deseo de ser “más popular entre los amigos”.

Germán Guaygua, autor de la investigación Ser Joven en El Alto y colaborador de otros estudios relacionados a la temática juvenil en el Programa de Investigación Estratégica Boliviana (PIEB), explicó que en los jóvenes de hoy “existe un fuerte deseo de tener independencia, precisamente porque en esta época hay un mercado de bienes culturales que le permiten un acceso inmediato a lo que se llama modernidad”.

Sin embargo, aseguró que deseos como el salir del hogar u otro tipo de independencia más fuerte se pierden al momento de enfrentar ciertos códigos familiares y culturales de la sociedad, por lo que su deseo se matiza con el ideal de acceder a más cosas sin tener que dejar sus hogares.

“El hecho de que el joven no pueda tener un trabajo, por la situación económica que se vive, hace que aún dependa de la familia y de alguna forma no logra una independencia total”.












“La juventud devaluada es una consecuencia de una generación adulta sin valores. Los

jóvenes perdidos en la vida suelen tener padres excesivamente liberales y permisivos, que no han querido o no han sabido enseñar a sus hijos el camino de la verdad; que no les han transmitido una escala de valores; que no les han puesto en situaciones de esfuerzo y compromiso personal”.
Es necesario, en los tiempos que corren, recuperar el verdadero significado de la palabra ‘juventud’. Para eso se tiene que “alzar vibrantemente la voz contra quien, en la sombra, sin nobleza, con fines perversos, trata de corromper esta riqueza estupenda con tremendos sucedáneos de valores traicionados, con halagos mortales que en una existencia presa de desilusiones, y tal vez, vacío de ideales encuentran fácil cebo” (Juan Pablo II).
Los jóvenes deben saber a tiempo que la sociedad de hoy les ofrece el confort, como medio, para defenderse de ellos: cuanto primero queden prisioneros de las cosas, antes dejarán de hablar de libertad y de querer cambiar el mundo. Es claro que una juventud sin ideales es como un ave sin alas: se le denomina ave pero no podrá volar. No tengamos temor en enseñarles que la solidaridad, la lealtad, el servicio, la libertad, el esfuerzo, la generosidad, la autenticidad y el amor a los demás por Dios, son valores que se pueden vivir y encarnar, independientemente del tiempo en que nos haya tocado vivir.  De esta manera, tendrá vigencia aquel dicho clásico: “Juventud, divino tesoro”.       
En cierta ocasión dos amigos decidieron emprender un viaje de aventura. Después de caminar largo trecho, aprender a sortear dificultades y soportar las inclemencias del clima, llegaron a un poblado pequeño pero acogedor.  Permanecieron en él buen tiempo gozando de la hospitalidad de los pobladores y de la rudimentaria comodidad que ofrecía la aldea.  Un buen día dice uno de ellos: “Debemos continuar nuestra marcha… nos queda tanto por descubrir y aprender del mundo”.  El otro no contestó.  Se quedó pensativo.  A los tres días vuelve a la carga con más insistencia. Aún así no obtuvo respuesta. “¿Qué ocurre contigo? Acá la pasamos bien, todo es fácil y agradable. Pero afuera hay un bello paisaje, se respira aire puro. Tenemos más oportunidades.  Anímate, vamos en pos de nuestros ideales”, insistió.  El amigo que escuchaba rompió su silencio: “Estoy cómodo, tengo todo a la mano.  Salir significa volver a comenzar, esforzarme, luchar… ¿y si no consigo nada?  Prefiero lo seguro.  Ve tú solo”.  
Es usual escuchar este tipo de respuestas cuando uno tiene iniciativas e ideales altos. La sensación de soledad, entonces, nos invade; podemos pensar que los amigos no responden, que la sociedad está en crisis, que el dinero no alcanza, que el colegio es exigente, que el estado no hace nada por nosotros… y así podríamos seguir enumerando, una a una, las dificultades que enfrentamos cuando queremos salir del anonimato, cuando queremos ir en pos de nuestras nobles metas.
La vida no es color de rosa pero tampoco es oscura. Las alternativas para ser mejores existen, no hay obstáculo alguno que nos impida radicalmente ser los propios autores de nuestro proyecto de vida. Hay que saber que todavía existen muchas personas que se resisten a tocar siempre la guitarra como acompañamiento. Luchan contracorriente para no ser presa fácil de los medios de comunicación social, de la violencia, del libertinaje sexual, del trabajo hecho sin ilusión, de la falta de compromiso… En pocas palabras, luchan para ser promotores y pioneros del cambio en el ambiente donde se desenvuelven. Esta realidad anima, estimula y nos debe devolver el optimismo.
Es aquí donde deben salir a flote en los jóvenes sus cualidades de liderazgo, que se deben promover como parte de su formación integral como personas. Estoy convencido que el liderazgo no sólo es asunto de carisma; es, sobre todo, una cuestión de ejemplaridad, de convicción y de un auténtico espíritu de servicio. Por tanto, no es pretensión decir que todos en nuestro ambiente podemos y debemos ser líderes: El ejemplo valora la palabra; la palabra da noticia de los valores que la nutren; el espíritu de servicio facilita la construcción de la paz.   
El reto está planteado. No es problema de uno o de varios líderes, el problema está en la ausencia de muchos líderes, que lo sean en su propio ambiente: en su familia, en el colegio, en el barrio y en la ciudad. Una famosa actriz norteamericana, visitó en cierta ocasión un hospital de leprosos. Al despedirse dijo a la religiosa que la había acompañado: “Es admirable la labor que hacen ustedes; yo no sería capaz de hacer esto ni por un millón de dólares”. La religiosa, muy dulcemente, le contestó: “Nosotras tampoco”.  Igualmente, para servir, para ser un verdadero líder no hay que buscar compensaciones materiales. El verdadero motor del líder debe ser el cariño, el afecto y el interés por ayudar a los demás: a metas altas se llega por motivos más altos. Un reto que los adultos debemos plantear a los jóvenes de hoy.

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